Hace dos meses llegábamos a Rafaela, la
ciudad donde nacimos y desde la que salíamos 4 años antes a cumplir el sueño de
recorrer Latinoamérica. Llegábamos con una panza que hoy se duplica en tamaño y
una hija que veremos nacer en esta, la misma ciudad donde crecimos. Nos
reencontramos al fin con mil amigos, con nuestras viejas rutinas, con lugares
conocidos, nuevos hijos de viejos amigos y nos dedicamos a, lentamente, empezar
a “anidar” retomando las costumbres del vivir sedentario.
Decir: el viaje llegó a su fin es fuertísimo. Fueron tantas las energías y emociones puestas en ese andar que no nos gusta verlo asi. Completamos la vuelta, cerramos el círculo pero hoy esa Latinoamerica queda abierta por siempre para nuestros futuros. Nuestras cabezas y nuestras manos están concentradas en preparar un hogar para recibir a Helena. Nuestro corazón cada día que pasa nos despierta de la rutina recordando lo vivido en tanto viaje, con aromas, anécdotas y aprendizajes que nos recuerdan que no queremos que queden dormidos. Hoy leemos esa historia (nuestra historia) y el último párrafo tienen un punto, uno que se triplica y deja abierta una puerta enorme a ir por mas quizás algún día.
Si, extrañamos (días mas, días menos) la vida itinerante de sorpresas cotidianas, de sabores nuevos, paisajes variados. Miramos con nostalgia la quietud de nuestra gran compañera de aventuras que ahora descansa en el patio de nuestro nuevo hogar. Y cuando alguien nos pregunta: van a vender la camio? Se nos traban las ideas, se enmudecen las palabras. Deberíamos hacerlo? Cómo! Si fue nuestra casa 4 años, una especie de refugio itinerante que supo tomar personalidad, con nombre incluido y por ende, llegar a generarnos cariño cual si tuviese vida propia. Ella, Lamaslinda, tendrá su nuevo rol en nuestras vidas, y se queda a nuestro lado como gran compañera, y saldremos al patio cada dia y tendremos un recordatorio constante y evocador de lo vivido, de lo que somos.
Al volver nos dimos cuenta que no cerramos esa etapa de nuestras vidas, a pesar de la cotidianeidad rutinaria en la que nos sumergimos casi instantáneamente, a pesar de estar dedicándonos a pleno a algo nuevo. Empezamos a escribir otra historia y dejamos la anterior en la mesita de luz, bien a mano para ojearla siempre que lo necesitemos.
Desde nuestro nidito los abrazamos a todos. Y en plena ansiedad que tenemos por recibir a nuestra hija y de empezar esta aventura de ser padres, no olvidamos lo infinitamente agradecidos que estamos de poder conocerlos y disfrutarlos, siempre.