viernes, 29 de junio de 2012

Un camino, infinitas llegadas...

Comiendo un pote repleto de plátanos fritos, leyendo una carta que Maritza nos dio al despedirnos de Fortuna y con el mar como objetivo próximo entramos a Nicaragua. El paso de frontera fue un chiste, en el que lo único que les importó a las autoridades fue cobrarnos 41 dólares ya que la revisión de Lamaslinda fue una miradita asi nomás. Al llegar a San Juan del Sur no quedaba un solo plátano a la vista, en cambio nuestros ojos se inundaron de un mar hermoso. Nuevamente nos encontrábamos con el pacífico.



Y nos empezamos a empapar de un nuevo país. Sabiamos algo por libros leidos, por cosas escuchadas. Nos habían dicho que se trataba de un país muy pobre, escuchamos compararlo  con Bolivia y constatamos en algunos aspectos esa similitud. Volvimos a la tierra sin precios, al regateo, a que “la autoridad” sienta la libertad de cobrar un dinerito cuando se les canta. El contraste entre ricos y pobres es fuerte, como lo vemos en los demás países pero en este país son muchos más los pobres. Gente con poca educación y bastante falta de cultura contrastando con algunos muy cultos y con buenos niveles educativos. Injusticias que abundan en nuestra querida latinoamerica…
Injusto también fue cuando un día a plena luz del día, en Granada, un pueblito hermosísimo muy antiguo y muy turístico, a alguien (o a varios) se les ocurrió creer que cualquiera tiene la libertad de abrir nuestra camioneta y tomar lo que les guste (o “necesite”). Lamentablemente el “paisaje” desde el lado del artesano y el viajero se vive de manera diferente a la superficialidad del turista que recorre bares, locales o restaurantes. Nosotros sentados en la calle mientras vendíamos artesanías vimos la realidad de muchos chicos y grandes en la ruina, con futuros tristes, pidiendo, haciendo lo que sea para conseguir comida o “algo para tomar”. Y así fue que se llevaron de nuestra camioneta nuestro disco extraíble entre otras pavadas. Decidimos seguir camino y Nicaragua en total nos tomó un mes aproximadamente, es que la sensación de que “entren en tu casa” y se lleven lo que quieran es fea. Peor es saber que lo que se llevaron fueron muchos recuerdos y trabajo guardado en la versión moderna y digital.
Conocimos el lago que tan atractivo nos resultaba, el único lago de tiburones de agua dulce!  (nos desilusionamos sabiendo la verdad: son engaños atrapa turistas), estuvimos en la isla de Ometepe, nos bañamos en las aguas de un lago que parece mar y se rodea de volcanes hermosos, transitamos rutas donde transitan más animales que automóviles (recordando aquellas rutas bolivianas), conocimos Granda con sus casas tan viejas que cuentan historias, nos sentimos mimados por las sonrisas de los que salen a la tardecita a descansar en sus infaltables mecedoras y ver la gente pasar, seguimos camino a Masaya donde probamos dos comidas novedosas Baho (yuca, verduras hervidas, carnes varias, todo servido sobre una hoja de banano) y una fruta riquísima que se prepara en jugo con limón “Pitaya”, pasamos por Managua (una capital que parece estar sin vida desde el gran terremoto de 1972), estuvimos dos días en Leon (otra antigua ciudad con una catedral bellísima y mucha vida universitaria),  la playa de Poneloya y fuimos saliendo a un nuevo país. Nicaragua nos dio contrastes y a lo malo lo opaca lo hermoso, en el contraste nos tocó estar de los dos lados, cosa interesante del viajar mismo… Conocer gente que se abre de modos increíbles, acto que venimos experimentando desde que dejamos nuestra ciudad. Estuvimos del lado de todas las caras de la Nicaragua que vimos: el lado de los turistas, yanquis o europeos que pasean con sus ahorros de meses de trabajo dándose la buena vida o haciendo trabajos voluntariados, la gente que vive en la sencillez, con lo necesario (y lo necesario suele ser mucho menos que lo que alguna vez en la vida de Rafaela creíamos necesario) y gente que tiene mucho. Así fue que pasamos unos diez días viviendo en la casa de una pareja (ella de EEUU y el de Austria) cuidando a su perra mientras ellos hacían un viaje fugaz a EEUU. Así nos encariñamos con Jackie, una perra viejita que nos acompañó a pintar nuestro mural Nicaraguense (fue la única que se interesó porque de la Municipalidad recibimos poco interés en el asunto), caminamos cada día por la playa, disfrutamos de la piscina y de la vida de “hogar” que siempre viene bien unos días. 
En Ometepe conocimos a Ramón un señor de barba blanca que nos acompañó con largas charlas y nos dejo pensando muchas veces con su desborde de sabiduría. Más tarde, justito después de que nos robaran Jorge, un periodista, nos abrió las puertas de su casa sin conocernos, nos dio una habitación, comida y nos despidió diciéndonos “vuelvan cuando quieran, esta es su casa”.
Cruzamos la frontera agradecidos de haber encontrado a esa maravilla de gente pero aun con las energías “desinfladas” por decirlo de algún modo. Sin embargo, desde la frontera sentimos cambiar las energías, la gente se mostraba muy amable, a pesar de las insoportables y comunes burocracias, y dólares que pagar.
Honduras para nosotros tuvo siempre un destino marcado, la escuelita de Choluteca donde habían estado Mari y Pablo
, nuestros amigos viajeros con quienes tanto compartimos. Llegamos a la escuelita sin saber nada de ella. Nos enteramos que era una escuela de una metodología de enseñanza distinta a la tradicional, a la que nosotros asistimos. La escuelita María Montessori de Choluteca es un proyecto creado con todo el amor de dos personas: Maria Consuelo y Luis Adan. Y, una vez más, la historia que no deja de sorprendernos: luego de llegar y sin más referencias  que un previo contacto por internet, Luis y Maria nos abrieron las puertas de la escuelita, nos ofrecieron una habitación (aula) con todos los lujos, las comidas de cada día  y a pesar de pasar uno de los peores calores del viaje nos dispusimos a dejar algo de nosotros en las paredes del patio interno, algo de color, algo que les dejara un mensaje de agradecimiento y siempre hay algo (por más chiquito o grande que sea) que cada uno puede aportar para que todo salga mejor…
Así transcurrió una semana de pintar y descansar, de compartir charlas que nos acercaron a Honduras en general y a esta familia y su realidad en particular.   
Sin querer queriendo y sin saberlo habíamos llegado a la casa de María, la directora y dueña de una escuelita  a días de mi cumpleaños. Sin querer y sin tener ni idea María también cumplía los años un 25 de junio y allí nos encontrábamos todos, desconocidos hace unos pocos días, juntos para festejar con una cuota de gran sencillez mi cumple número 28 y el número 43  de María.
Festejamos “en familia” con Luis Adan, María Consuelo, sus dos hijitos y dos viajeros argentinos, amigos, que también tuvieron su lugarcito “adoptivo” en la escuela. Nos llevaron a Cedeño, en el Golfo de Fonseca, una playa desde donde increíblemente se puede ver parte de Nicaragua y El Salvador. Una playa de arenas negras, donde pasamos un día familiar, tranquilo, de paz… y muchas muchas charlas.
El lunes, después de los saludos de cumpleaños, viajamos a Tegucigalpa sobreviviendo a las  espantosas rutas… realmente son unas de las peores que transitamos en el viaje!
Una vez en la capital del país la gente nos dejó boquiabiertos, ayudándonos muchísimo, regalándonos de todo, abriéndose desinteresadamente a nosotros… demostrándonos una vez más la magia de viajar: de ser extranjeros, estar tan lejos de casa y sentirnos como en ella.


2 comentarios:

  1. Hermoso chicos, experiencias para saborear!!!

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  2. Vi un mural en San juan del sur! Muy bello, grandioso amigos gracias por venir a mi país

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