sábado, 22 de febrero de 2014

SUMANDO COLORES

Hay una tradición que hace que, en año nuevo, algunos venezolanos salgan a las 12 de la noche a dar vueltas por el barrio cargando valijas. Visitan a sus vecinos, los saludan y dejan sus mejores deseos para luego volver a la casa y seguir festejando con la familia. Dicen que así se llevan las cosas malas del año que dejaron atrás y vuelven al hogar cargados de buenos sentimientos y sueños renovados para el año que comienza.
Tuvimos la suerte de disfrutar de estas tradiciones y los festejos navideños en el Parque Nacional Mochima, rodeados de una naturaleza increíble y de buenos amigos, lanzando al cielo globos de papel (hechos por nosotros) llenos de cariño y alegría, festejando felices este estilo de vida que elegimos vivir. Pero no empieza así nuestra experiencia venezolana.


Venezuela funciona de un modo extraño y en lo personal la conocimos en un momento particular de su historia. Para nosotros además hubo una Venezuela de trabas y fastidios y otra en la que logramos disfrutar y relajarnos. Es que, por empezar, entramos de mal modo. Ingresamos al país por Colombia (por la frontera de Maracaibo), un día como cualquiera: con mucha cola en migraciones, largas filas, calor, mucha gente, y una sola persona atendiendo. Kilómetros después empezaron a pararnos los policías pero ya estábamos advertidos y también sabíamos que el número de controles por el que pasamos fue ínfimo al lado de la cantidad de veces que tenías que parar tiempo atrás.
La Bienvenida no tuvo nada de “bien”. Uno de los primeros policías nos preguntó: “llevan armas? Porque miren que acá es muy peligroso, tienen que protegerse”… Negativo: Claro que no llevamos armas!!!
Unos kilómetros después, otro policía, ciudadano venezolano, al preguntarle si sabía un lugar seguro donde dormir con la camioneta nos respondió: “aquí, en Venezuela, no confíen en nadie porque el venezolano es pura mierda y si les dicen que vayan ahí seguro les mandan a robar”. Menuda forma de hablar de tu país y su gente, no?
Una frontera de desayuno, algunos comentarios poco afortunados de los polis, el calor y un tránsito desordenado y caótico no es el mejor escenario para conducir relajado, disfrutar una nueva ciudad. Si algo nos faltaba  para completar el día chocamos! Nada grave, solo un besito con rouge en la cola a los chicos de “Abrazamundos”, pero la bienvenida seguía del mismo color.
Maracaibo es muy grande, ruidosa, casi fronteriza; una noche fue mas que suficiente para nosotros por lo que nos despedimos de Ana y Ser y seguimos camino hacia Coro, donde recorrimos sus calles empedradas y visitamos el Parque Nacional Las Dunas, rumbo a la Peninsula de Coro, de la que nos habían hablado muy bien pero que no nos gustó mucho. Dormimos una noche en Adícora, pueblo pequeño con playas muy sucias y decidimos seguir camino rumbo al Parque Nacional Morrocoy; pero Lamas tenía otros planes que incluyeron que saque el motor y la caja para soldar una piecita.
Ya con todo en su lugar llegamos a Chichiriviche, pasando de un parque nacional a otro. Es que Venezuela tiene tanta belleza natural, pero tanta! Lo que no podemos entender es como la gente cuida tan poco la naturaleza; el pueblo es uno de los más sucios que conocimos en el viaje, lleno de vidrios, latas de cerveza y lo que se imaginen por todas las calles, parecía que nunca había pasada un basurero y en verdad así era, ya que el Alcalde apareció el día que asumió y después nunca más, se fue a vivir a Caracas y  “gobernó” la ciudad desde allí; sobra decir que ni un peso puso en el pueblo. Estuvimos presentes en la victoria por elecciones del nuevo Alcalde, del partido opuesto al anterior que festejó regalando varios camiones de cerveza al pueblo y sus visitantes (entre los que nos incluimos) para sumar así más basura a la ya acumulada. Frente a este paisaje desolador, y dividido por unos metros de agua totalmente sucia aparecen unos cayos increíbles sumergidos en la más transparente de las aguas que deja ver corales hermosos y más latas de cerveza.


Tuvimos un gran respiro al encontrar a varios viajeros conocidos, relajarnos, pasar unos días en buena vecindad y tener el apoyo de los chicos para cambiar el alternador de Lamas que se quemó (sí sí; por suerte justo había un señor que vendía un alternador usado en excelente estado y precio… esas cosas que a uno no dejan de sorprenderlo) y seguir “más tranquilos”.
La tranquilidad fue solo aparente porque ya en la autopista camino a Caracas nos pasó algo que pudo haber sido grave pero como siempre la sacamos barata: una de las ruedas de atrás de Lamaslinda se fue, se salió… y no siguió su camino porque la chapa de Lamas justo hace tope, sino nos quedábamos en 3 ruedas y quien sabe…
En ese mal rato, con la camioneta parada en la autopista, sin ningún teléfono desde donde llamar a una grúa vimos la desconfianza con la que todos viven. Nadie paraba para ayudarnos, desconfiaban, temían sea un truco para asaltarlos.
Por suerte y como siempre nos pasa: nos encontramos con la mejor gente. De hecho aprendimos poco a poco a ya no pedir que no nos pasen cosas malas, sino que cuando esas cosas suceden la gente con la que nos crucemos sea la mejor.
Una persona de gran corazón, más otra, y otra, y otra fueron sucediendo después. Gente con la que pudimos charlar, día y noche, como Andrés y Rafael, que nos dieron todo de sí mismos y nos ayudaron como si nos hubiesen conocido de toda la vida. Ellos respondieron a todas nuestras dudas del país, ellos nos contaron sus pensamientos, ellos empezaron a mostrarnos que el venezolano no es ningún pura mierda.
Y cada hora, cada día seguimos conociendo esta indescifrable Venezuela… aunque no solo con charlas y tranquilidad. Una tarde, de un modo inesperado, desde un banquito escuche a Andrés que estaba con Guille en la vereda decir: -Mira Guillermo! Mira! Pá que conozcas mi Venezuela bonita!  En la casa de al lado, que por suerte tenía su portón abierto había entrado un chico de 19 años ensangrentado y con un arma en su mano. Entro, salió y media cuadra más allá… 14 tiros. Más que suficientes para matarlo, enfrente de su mamá.
Esas son las cosas que nos dejan el corazón sonando y no de alegría, pensando no solo en una Venezuela de peligros, de robos, de necesidades que buscan ser satisfechas de un modo incorrecto, de faltas, de errores… pensando en una Latinoamérica que en mayor o menor medida, país a país nos fue mostrando también esa parte triste de la realidad.
Así pasaron las primeras semanas en Venezuela, con algún que otro fastidio o asombro más en las carreteras viendo accidentes, sin comprender la manera de conducir (como aquella que una vez encontramos por Bolivia), con la vista inconforme de tanta suciedad en las calles o en los paisajes que podrían ser soñados de lindos.
Con la rueda en su lugar llegamos a Santa Fe, un pequeño pueblito del Parque Nacional Mochima en el estado de Sucre que no escapa a uno que otro tiroteo o la basura en las calles, pero que tiene unos paisajes tan hermosos y donde encontramos a unos amigos tan lindos que Venezuela para nosotros empezó a tomar lentamente un poco de color. 
Llegamos a una posada, Le Petit Jardin. La encontramos por medio de una página de internet: Workaway donde la gente ofrece trabajo a cambio de alojamiento y comida. Y como las casualidades no existen, todo es causalidad, fue por aquella española con la que nos sentamos un día en Coro a charlar que entramos a curiosear la página de Workaway, donde a pesar de no estar registrados (porque hay que pagar 22 euros para eso) logramos encontrar  la posada de Santa Fe y comunicarnos con sus dueños. En la información que nos dieron dijeron: tenemos una posada, el trabajo es sencillo, tenemos una beba de 11 meses 3 perros y tres gatos.

 
Entramos al paraíso; el lugar donde relajarnos, trabajar a gusto, hacer con felicidad. Nos enamoramos de la beba, Tili y la disfrutamos cada día un poco más! Como si fuera poco Lamaslinda llego a su paraíso también, un gran taller, con muchos materiales y herramientas y su dueño: un loco único, increíble persona que se puso día tras día a trabajar en nuestra camioneta junto a Guille, como si fuera suya!
Audrey y Cyril, ambos Franceses, son los franceses más Venezolanos que puede haber. Nos hablaron de Venezuela con pasión, nos dieron sus puntos de vistas de cada tema y nos ayudaron también a conocer un poquito más del país. Con esa familia hermosa pasamos nuestra Navidad, la bienvenida al 2014 y los cumpleaños de cada uno de ellos 3. Recorrimos las islas del parque, vimos cantidad de delfines, buceamos, fuimos a la montaña y no nos cansamos de admirar la imponente belleza de ese lugar. Fue un mes y medio en el que pudimos apreciar más de cerca el día a día venezolano, haciendo amistad con los lancheros, la gente del mercado, los chinos de los super, sintiendo la escasés de algunos productos, viviendo al ritmo venezolano que a pesar de las dificultades no deja de ser cálido y alegre.
Nos fuimos, volvimos a la ruta sabiendo que algún día tendremos que volver a visitar a esos grandes amigos a esta tierra venezolana que ellos tanto aman y que nos ayudaron a querer y entender un poco más.


Sin dudas nuestras próximas palabras contaran mas de esta Venezuela, con párrafos comprometidos a tratar de explicar lo que vimos o sentimos o nos llevamos de este país, en este momento… bastante doloroso, por cierto.
Mientras, con las manos llenas de pintura y casi despidiendo a Venezuela, nos dedicamos a disfrutar de días de color y voces de niños, pintando un mural acompañados de hermosos (y pequeñitos) venezolanos…

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