Pasó lo que todos hubiésemos pensado que no pasaría. Nos agrupamos con otros
nueve argentinos viajeros, sin conocernos, con ser argentos y tener el mismo
objetivo bastaba. Cumplimos nuestro objetivo y conseguimos un velero!!!! Le
ofrecimos a un capitán canadiense una suma total que aceptó encantado, a pesar
de ser bastaaaante menor que lo que pedían los demás y pudimos evitar la
travesía de muchos buses y barcos por Turbo, que según nos contaron unos
amigos, es realmente dura y peligrosa.
Antes de eso, en “equipo”, nos fuimos de paseo nocturno. Desde lejos y con mucha intriga habíamos visto el Castillo de San Felipe pero ni pensamos en visitarlo ya que la entrada al turista le cuesta 17000 colombianos (aprox. 8 dólares), demasiado para nuestra economía. En esos días nos comentaron que era posible visitarlo de noche ofreciéndoles unos pesitos a los guardias.
Así fue que nos dimos el gusto de visitar tan imponente construcción que caracteriza a la bella Cartagena de Indias. Y, si bien no sabemos cómo será la experiencia de día pero la visita nocturna es sin dudas recomendable!
El martes al fin llegó el gran día, o la noche mejor dicho, porque zarpamos a eso de las 19 hs, cuando ya es oscuro en Colombia. Todos estábamos ansiosos. Una ansiedad mezclada con felicidad por finalmente lograr seguir viaje, una ansiedad mezclada con nervios por no saber de qué se trataba eso de navegar a mar abierto.
Antes de eso, en “equipo”, nos fuimos de paseo nocturno. Desde lejos y con mucha intriga habíamos visto el Castillo de San Felipe pero ni pensamos en visitarlo ya que la entrada al turista le cuesta 17000 colombianos (aprox. 8 dólares), demasiado para nuestra economía. En esos días nos comentaron que era posible visitarlo de noche ofreciéndoles unos pesitos a los guardias.
Así fue que nos dimos el gusto de visitar tan imponente construcción que caracteriza a la bella Cartagena de Indias. Y, si bien no sabemos cómo será la experiencia de día pero la visita nocturna es sin dudas recomendable!
El martes al fin llegó el gran día, o la noche mejor dicho, porque zarpamos a eso de las 19 hs, cuando ya es oscuro en Colombia. Todos estábamos ansiosos. Una ansiedad mezclada con felicidad por finalmente lograr seguir viaje, una ansiedad mezclada con nervios por no saber de qué se trataba eso de navegar a mar abierto.
No cabe dudas: empezamos mal. Esa primera noche fue sin dudas muy distinta a lo que pudimos haber imaginado; el mar nos recibió con olas y movimientos indescriptibles. Navegar por primera vez de noche y con el mar en esas condiciones eran un pronóstico acertado de inevitables descomposturas, ecuación perfecta: viajamos 10 argentinos y el capitán, y de los 10 argentinos sólo 3 resultaron invictos, todos los demás medicados contra vómitos y mareo; ninguno de los medicados pudo evitar descomponerse en algún momento del “paseo”, 3 de las viajeras (yo incluída) pasamos al menos un día y medio en posición horizontal, sin poder comer, con vómitos, deseando llegar pronto, MUY pronto.
Lo que pasó es que muchos se asustaron al ver olas tan grandes que movían tanto al velero lo que produjo una especie de ataque de pánico en un momento en el que se generó la inflexión entre la alegría enorme de navegar por primera vez y la respuesta que recibimos cuando al ver que las olas eran gigantes en la noche y el barco nos recibía como una licuadora humana, preguntamos: ¿Esto va a ser así todo el viaje?... Si. Y desde ahí no me acuerdo mucho más que de la intensidad de un malestar como pocas veces en la vida sentí.
Guille en paralelo experimentaba momentos de adrenalina y felicidad. La primera noche se quedó en el exterior del barco, vio el maravilloso plancton, los peces voladores, mil estrellas.
Hizo lo que había dicho: se tiró al mar, a nadar mientras el velero seguía su curso. Mientras yo estaba abrazada a un balde y era asistida por no me acuerdo quién, escuchaba: “¿no habrá sido delfín en otra vida?” “Mirá lo feliz que se lo ve, está en su hábitat!” Yo lo imaginaba, tan feliz y pleno. Por suerte alguien filmó esos momentos y confirmé lo que pensaba: el viaje en velero fue para él de las mejores experiencias, dignas de ser repetidas.
La última mitad del viaje la disfrutamos todos, las ”bajas” se dieron lentamente de alta, y pasamos las últimas horas en altamar tratando de gritar: “tierra a la vista” todos juntos (salvo Lali que es un capítulo aparte a la fortaleza bancando un viaje con sospechas de papera, calladita, sin quejarse).
Llegamos a Panamá! Verde, como lo imaginábamos. Intenso por
donde se lo mire. Desde Porto Belo tomamos un bondi a Colón, el lugar donde nos
esperaban LaMasLinda y el Halcón (nuestro Falcon amigo). Los bondis ya marcaban
tendencia a lo centroamérica: puro color y reaggeton al palo.
Llegamos, pero con dos puntos en contra: 1) el puerto cerraba a las 17hs y los trámites eran muchos y 2) al día siguiente comenzaba carnaval… todo el país se detendría para irse a “carnavalear”, todo, incluso el puerto!
A eso de las 17 hs con Mari seguíamos en el piso de la entrada de un gran complejo portuario, esperando ansiosas alguna novedad de los chicos que se sometían a las malditas burocracias necesarias para volver a tener nuestros móviles. De lejos los vimos y parecía no haber buenas noticias. Aduana ya había cerrado, el pronóstico indicaba una semana sin nuestros autos y nuestras pertenencias esperando a que el pueblo termine su fiesta…
La situación era digna de ver: cada personal de puerto que pasaba se nos acercaba para hablar, algunos como curiosos simplemente, otros para aconsejarnos dónde dormir esa noche. De forma unánime e indiscutible nos dejaron bien claro que Colon era peligroso, que era tierra de nadie, todos andaban cargados. De repente apareció un Chino (que no era Chino sino Japonés) y en un Inglés muy oriental nos preguntó qué hacíamos ahí, luego se mostró preocupado por nuestra situación y se encargo de ayudarnos a resolverla… En un Ingles también bastante achinado sólo prioricé hacerme entender en dos preguntas: “You work here?”, “This is very important for us, the cars are our house!”.
El “Chino”, que apareció fugazmente y no volvimos a ver, resulto ser nada mas y nada menos que el Vicepresidente de la empresa Evergreen, con la que trasportamos a LaMas. A los chicos, por otro lado también los habían comenzado a ayudar los pocos empleados que quedaban en el puerto y así, entre tire y afloje LaMas y el Halcón salieron de los contenedores… pero para pasar a un depósito de aduanas donde deberían pasar la noche hasta tener el último papel necesario para circular libremente. Y como el papel estaría al día siguiente nos fuimos con nuestros autos a dormir con ellos. El sábado después del mediodía estábamos rodando camino a Ciudad de Panamá y luego de apenas 80 km, de apenas 1 hora de viaje, cruzamos del Caribe al Pacífico y llegamos a la capital de nuestro 1° país centroamericano…
Llegamos, pero con dos puntos en contra: 1) el puerto cerraba a las 17hs y los trámites eran muchos y 2) al día siguiente comenzaba carnaval… todo el país se detendría para irse a “carnavalear”, todo, incluso el puerto!
A eso de las 17 hs con Mari seguíamos en el piso de la entrada de un gran complejo portuario, esperando ansiosas alguna novedad de los chicos que se sometían a las malditas burocracias necesarias para volver a tener nuestros móviles. De lejos los vimos y parecía no haber buenas noticias. Aduana ya había cerrado, el pronóstico indicaba una semana sin nuestros autos y nuestras pertenencias esperando a que el pueblo termine su fiesta…
La situación era digna de ver: cada personal de puerto que pasaba se nos acercaba para hablar, algunos como curiosos simplemente, otros para aconsejarnos dónde dormir esa noche. De forma unánime e indiscutible nos dejaron bien claro que Colon era peligroso, que era tierra de nadie, todos andaban cargados. De repente apareció un Chino (que no era Chino sino Japonés) y en un Inglés muy oriental nos preguntó qué hacíamos ahí, luego se mostró preocupado por nuestra situación y se encargo de ayudarnos a resolverla… En un Ingles también bastante achinado sólo prioricé hacerme entender en dos preguntas: “You work here?”, “This is very important for us, the cars are our house!”.
El “Chino”, que apareció fugazmente y no volvimos a ver, resulto ser nada mas y nada menos que el Vicepresidente de la empresa Evergreen, con la que trasportamos a LaMas. A los chicos, por otro lado también los habían comenzado a ayudar los pocos empleados que quedaban en el puerto y así, entre tire y afloje LaMas y el Halcón salieron de los contenedores… pero para pasar a un depósito de aduanas donde deberían pasar la noche hasta tener el último papel necesario para circular libremente. Y como el papel estaría al día siguiente nos fuimos con nuestros autos a dormir con ellos. El sábado después del mediodía estábamos rodando camino a Ciudad de Panamá y luego de apenas 80 km, de apenas 1 hora de viaje, cruzamos del Caribe al Pacífico y llegamos a la capital de nuestro 1° país centroamericano…
El Halcon y LaMas recién saliditos del contenedor! |
En el listado de “cosas para hacer” en Panamá ya tildamos
uno de los puntos más importantes, el de conocer el famoso canal. Y si de ser
flexibles se trata, en eso nos caracterizamos. Nuestro viaje se trata de eso,
es lo que elegimos. Asi de noches sin un baño, de malestares en altmar y
aventuras como navegantes, de dormir sin si quiera ventilador con muchos grados
de temperatura, pasamos a las comodidades de un hotelazo. Es que, una vez más
en este corto período de dos meses recibimos visitas, recibimos familia: a la Ina, Jochi y Delfi, reconfortamos el corazón… y eso sí que vale más que cualquier lujo de hotel o
lo que sea… pero… no cabe duda de que sabemos adaptarnos.
Me encanta chicos la valentía de ir detrás de un sueño..y arrastrar a gente, como yo, que a través de su relato viaja y se emociona... Y Ina... una grande, con sus mochilitas a cuestas... Mucha suerte!! Mariana H
ResponderEliminares increible lo que hacen espero algun dia poder hacer un viaje asi algun dia......y ese falco es increible!!!
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